Lionel Henriquez B.

Ex Académico (Matemáticas) Universidad Austral de Chile 1974-2013. Desde 1990, combina su profesión, en la que ha escrito algunos artículos, con la poesía en la que tiene 12 libros publicados, 7 Monterrey (mx), 1 Junín de Bs. Aires (ar) 1 Lima (pe), 1 Valdivia (cl) y 1 Santiago (cl) y, en 8 antologías, 2 Lima (pe), 1 Barcelona (es), 1 Barranquillas (co), 1 Bogotá (co) y 2 en Santiago (cl). Poesía en http://lionelhenriquezbarrientos.blogspot.com/ y http://lionelalbertohenriquezb.blogspot.com/

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miércoles, mayo 19, 2010

Matemáticas y versos: La poesía de Lionel Henríquez Barrientos

Revista OFICIO. Monterrey, México. Junio 2010

Arnulfo Vigil (*)


A pesar de las hondas diferencias, subrayadas por el lirismo a ultranza y por la ortodoxia especulativa, la poesía no está distante de la ciencia. Si bien un hálito inspirador empuja a la sensación, el otro, el de la exactitud, apunta al raciocinio. Las separaciones mudan en encuentros. No se puede estar distante de lo próximo ni lo cercano está siempre lejano… En este aparente galimatías reside el valor de la poesía y de su supuesto envés: la ciencia. Pero tanto poetas como científicos, en esta era cibergótica en que vivimos, han dicho adiós a las armas de la impostura y del celo parroquiano en sus atrios para descubrir, oh milagro, que la poesía está de la mano de la ciencia y que la ciencia está al lado de la poesía. Un científico dijo que cuando las fórmulas matemáticas se agotan sólo queda el ámbito de la poesía. Lo mismo se ha dicho de la fe: cuando los espacios infinitos, más allá del tiempo, quedan latentes después de muchas certificaciones superadas las interrogantes, cabe la presencia de Dios.

Para muchos poetas pensar que la poesía es ciencia, que la poesía es científica, que la exactitud corresponde con la libertad de la poesía, es descabellado, y al revés, para muchos científicos decir que la poesía es el complemento a la respuesta de la ciencia es una herejía. Pero los ciclos del tiempo son alas de libélula sin marcapasos y entonces ahora se cree y se trabaja en la cercanía entre poesía y ciencia. No hay nada de engaños: las posibilidades existen porque son reales y son reales porque existen, aunque en el fondo de las cosas, ambas, la poesía y la ciencia, son modelos, entidades prefabricadas, que no están separadas de la “vida real” sino que cobran realidad al acercarse a la vida.

Un poema para estar en perfecto estado de gracia, sobre todo en las fórmulas clásicas, debe ser exacto, como una suma matemática, como una cifra, no de la calculadora portátil sino de la inteligencia dura. Así un soneto, mide en su verso catorce sílabas, el clásico, lo que quiere decir, una suma de elementos, de apartados que dan un número, el 14. Además, el soneto mide cuatro versos dos veces y dos tercetos dos veces, por lo tanto son 14 versos, entonces sumamos 14 y 14 que no dan 24 sino una infinidad de múltiplos, porque hay que contar las sílabas, los acentos, la puntuación. El soneto es una fórmula matemática cuyo resultado es el sentimiento, llámese arrobo o virtud: placer estético, es decir, la suma produce sentimientos.

Es común escuchar, asimismo, que cuando una fórmula o un modelo científico ese comprobable se le califica de bello, despierta emociones, como un poema. Y ante construcciones catederalicias poéticas, como los de José Lezama Lima o los poetas barrocos, se produce una reflexión para interpretarla. La fórmula y el poema coinciden, se prestan las vestiduras y comparten el número y la letra.

Ambos discursos —si así podría llamarse— requieren de un recurso para su elaboración: la metáfora. Las parcelas se restringen, los campos se abren. Este recurso literario, la metáfora, también es un recurso científico: el universo como una cáscara de nuez. Se deriva, entonces, que ambos son modelos abstractos, inexistentes por sí mismos, y coinciden, una vez más, en que requieren ser trasladados a cosas materiales para confirmar su existencia. No existe un uno, ni un dos o dos dos, sino existen dos casas, un río, y la letra no se entiende sin la palabra, es decir, sin su complemento intrínseco, no existe la a sino Ana. Lo mismo sucede con el tiempo, el tiempo no existe por sí mismo, lo que existe —y eso es demostrable— es el movimiento, todo se mueve, todo gira, la enumeración de ese movimiento, su fragmentación, produce el tiempo. Por eso hay zonas en el universo que no están sujetas a la condición del tiempo. Por eso el universo mismo está en constante movimiento. Contar el tiempo, contar las sílabas: la matemática y la poesía.

Sin embargo, hay que conservar una zona de tolerancia, como bien lo señala Agustín Fernández Mallo: “Porque la ciencia, como las artes, no es el mundo, sino una representación del mundo, y como tal representación es ficción. Nadie debe ser tan ingenuo como para pensar que las manzanas caen como lo describen las leyes de Newton, ni que los electrones vuelen como lo describe la mecánica cuántica. Son modelos teóricos, y sólo eso”. Pero la correspondencia sí existe, si no, no tuviera caso la especulación misma, ni la experimentación. La lógica escolástica ha sido superada por el neopositivismo lógico. Pero en las dos subyace el raciocinio, la necesidad de la comprobación, es decir, el irrefrenable deseo de concretar los principios.

Así entramos en el campo de lo demostrable, la poesía para ser verdadera tiene que ser demostrable, tanto en la forma como en el estilo, y no precisamente en el contenido. La poesía se demuestra, en sus efectos, en las sensaciones que despierta en el lector, en las actitudes que se pueden tomar después de haber leído, en el progresivo avance de la educación, en el compromiso político, en el enamoramiento. Ambos son modelos, existen en cuanto se comunican con la realidad exterior. De esta manera se emparentan dos universos que no están tampoco tan distantes uno del otro, al contrario, como las moléculas, se fusionan: lo interno y lo externo. Pero en busca de la unidad, que es una de las características del universo físico y de la cosmología, se pretende siempre la síntesis, eso, para unos es el sentido de la vida. No es necesario leer para ser un poeta, es necesario leerse. Lo exterior y lo interior, en un momento determinado —para expresarlo en términos de tiempo no de movimiento— son uno. La síntesis produce los elementos, así dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno nos dan el agua, y construyen una tanka: H2O.

Tanto la poesía como la ciencia no son modelos petrificados, evolucionan. Si bien en un momento determinado las fórmulas exactas daban dimensión a la poesía, el verso medido, la perfecta acentuación, el ritmo acompasado derivado de la puntuación, nos daban un modelo de poesía, y la ciencia, con la especulación matemática, daba un lineamiento general, ahora los dos se transforman en nuevo códigos. Uno de ellos, quizá el más importante, es que no hay nada lineal. La poesía rompe con la estructuración gramatical tradicional y un poema puede empezar por el final, puede no estar acabado, puede finalizar con un espacio abierto, igual que la fórmula matemática, que no se basta ya con ceñir sino que la ciencia también especula, y lo más valioso, anticipa, prevé, abre los caminos. De esta manera, la Teoría de la relatividad de Albert Einstein se puede leer como poesía y el Tractactus Logicphilosophicus de Ludwing Wingstein se puede leer como ciencia.

Por eso la mayor parte de la poesía que se produce en México, y en algunos países de América Latina suena aburrida, acartonada, repetida, sosa. Los poetas jóvenes escriben como viejos. Y por lo mismo, ante propuestas anticipatorias, se cierren las conexiones. Es mejor un poema especulativo, que anticipe nuevos pétalos o pétalos de otro color, que los palabras de cartón piedra de siempre.

Lionel Henríquez Barrientos constituye un caso muy particular en la poesía latinoamericana, y particularmente en la poesía chilena. Es un poeta sin temor a saltar de las alturas sin paracaídas, y mientras lo hace se deleita —prístino— en los arrecifes colmados de nimbos a la vez que entona la canción predilecta, es decir, es un poeta que se ha quitado las plumas para poder volar. Y su vuelo no tiene dirección —ningún poeta tiene dirección— porque avienta las alas a destinos diferentes. Y esa es su vocación: la libertad. Tampoco siente temor ante la palabra documentada o archivada en los cubículos del aburrimiento, al contrario, en un dejo de nerudismo hace volar la palabra, la hace gritar, clamar, en busca de la verdadera comunicación: aquella dada entre quienes miran más allá de las miradas. Y entonces las fórmulas matemáticas serán versos bien medidos, las pinturas serán códices de los dioses, la música será la palabra de los evangelistas, las escenificaciones serán el espejo donde nos vemos. Todo a partir de la palabra, del verso, de la estrofa. Hay soledades provenientes del universo, donde a veces titilan las estrellas que iluminan no sólo la noche sino los días oscuros y los rumbos para seguir. La poesía de Lionel Henríquez nos conduce a los espacios menos esperados, los que con precisión todos esperamos.

Poeta y científico, poeta a la vez que científico, científico poeta, poeta científico, rasado por la matemática, Henríquez Barrientos cumple con los apotegmas de la ciencia y la preceptiva literaria, y al igual que el cosmos que se expande que la ciencia se aventura, Lionel hace lo mismo en su poesía: transita muy orondo del rigor de las fórmulas matemáticas aplicadas a los poemas, al verso libre en todas sus modalidades, incluida la libertad de prejuicio, la libertad de expresión. Si no es contumaz es fidedigno: al escribir multiplica, el algoritmo lo convierte en verso.

En cada uno de sus libros -—que se han ido expandiendo como las galaxias— Entre dos manos (escrito al alimón con su esposa Patricia Lara), Entre gritos de luz, Gárgola y hasta su más reciente Consentidos, pasando incluso por la antología que coordinó y prologó Verbos en aguaviento, Henríquez Barrientos ha colocado el telescopio de la poesía en la cifra redonda, y a la vez ha abierto las ventanas de las sumas no exactas sino geométricas, del círculo cerrado a la música de las esferas. A la inquietud científica suma la mística del poeta, sin el menor prejuicio, quizá (o sin quizá) sabe que el poeta y el científico calzan del mismo número:
Bendito sea el llanto
por el amor y el dolor
que se evaporan por las paredes
de mi botella de Klein
hacia los arcanos del Universo.
Bendita sea la contradicción.

Y en su laboratorio de poeta Lionel Henríquez experimenta con sus fórmulas decantadas, con los matraces de las páginas en blanco, las tradiciones de la poesía: del soneto al verso libre, de la décima al haikú. Camina, como si fuera en una nave espacial en el espacio interestelar, de las formas clásicas a las postvanguardias literarias, con el ritmo del científico que va en su bitácora anotando las repercusiones de sus experimentos.

No es en balde, a medida que avanza encuentra territorios si no inéditos sí particulares, en donde las flores no desprenden sólo los aromas de ensoñación sino el refuego intenso de sus moléculas. Como el universo, su poesía se expande más allá de los quarks y la fuerza oscura para instalarse en no en la noche oscura de san Juan sino en el éxtasis místico, el mismo al que llegan los científicos cuando sus modelos de pizarrón no responden a la magnificencia del infinito. El territorio sin cuantificación de la pura poesía.

(*) Su último libro "Lourdes y Jorge" con el que obtuvo el Premio Nacional mexicano "Efraín Huerta" en el año 2007 ha sido llevado al teatro como una ópera-rock , la que ha sido puesta en escena recientemente en Monterrey, México.
Ver artículo en "Lourdes y Jorge",una obra de teatro por la diversidad sexual. proceso.com.mx.


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