Lionel Henriquez B.

Ex Académico (Matemáticas) Universidad Austral de Chile 1974-2013. Desde 1990, combina su profesión, en la que ha escrito algunos artículos, con la poesía en la que tiene 12 libros publicados, 7 Monterrey (mx), 1 Junín de Bs. Aires (ar) 1 Lima (pe), 1 Valdivia (cl) y 1 Santiago (cl) y, en 8 antologías, 2 Lima (pe), 1 Barcelona (es), 1 Barranquillas (co), 1 Bogotá (co) y 2 en Santiago (cl). Poesía en http://lionelhenriquezbarrientos.blogspot.com/ y http://lionelalbertohenriquezb.blogspot.com/

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sábado, diciembre 17, 2005

UNA CARTA CON DOS MILENIOS DE ANTIGUEDAD, PARA UNA REFLEXIÓN

FRAGMENTOS DE LA «GRAN HISTORIA DE ROMA»(*)

196 CAYO CRISPO SALUSTIO

CARTA DEL REY MITRIDATES AL REY ARSACES (14)


Mitrídates, obligado a abandonar su reino como consecuencia de las victorias de Lúculo, se refugió en Armenia al amparo dc TC Tigranes, quien a instancias suyas hizo la guerra a los romanos e igualmente los venció. Este fué el momento que aprovechó Lúculo para buscar la alianza de Arsaces, rey de los Partos; pero de otro lado le solicitaron Mitrdates y Tigranes. Pese a la corta que él primero dirige a Arsaces nunca se alió con ambos reyes contra Roma, sino que permaneció neutral.

El rey Mitrídates al rey Arsaces, salud.

Todos aquellos que en la prosperidad son invitados a acudir a una guenra, deben considerar si en aquel momento les es permitido conservar la paz, y después, si lo que se les pide es legítimo, seguro, glorioso o deshonroso. Si pudieses gozar de una paz perpetua, si no tuviesen amenazadas las fronteras por enemigos execrables, pero fáciles de vencer; si a la derrota que infligiste a los Romanos no debieras un renombre ilustre, yo no osaría redamar tu alianza y en vano me lisonjearía de unir a tu prosperidad mi mala estrella. Sin embargo, las razones que pueden, al parecer, detenerte, el resentimiento de una guerra reciente te ha inspirado contra Tigranes y la situación embarazosa en que me hallo, todo esto es precisamente lo que debiera enardecerte si quieres apreciar detenidamente las cosas.

En efecto, Tigranes, que está a tu discreción, aceptará toda alianza que tú le ofrezcas; en cuanto a mi, la fortuna que me arrebaté tantos bienes, me ha dado al menos la experiencia con la cual se aconseja prudentemente; y, lo que es deseable a un príncipe cuyos asuntos son florecientes, por lo mismo que no soy poderoso, yo te enseñaría a conducirte con más prudencia. Pues

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para los Romanos la única y vieja causa de hacer la guerra a todas las naciones, a todos los pueblos, a todos los reyes, es un deseo profundo de dominio y de riquezas. He ahí por qué desde el primer momento empuñaron las armas contra Filipo, rey de Macedonia. Mientras se vieron acosados por los Cartagineses, fin si a Antíoco que venía en su socorro, haciéndole concesiones en Asia: y poco después, una vez vencido Filipo, Antíoco fue despojado de todas sus posesiones del lado de acá del monte Tauro y obligado a pagar diez mil talentos. Luego, y tras de numerosos combates de incierto resultado, llenos engaños y grandes inventores de perfidias, hicieron morir de insomnio al hijo de Filipo, Perseo, que se había confiado a su fe ante los dioses de Samotracia, pese a que le prometieron la vida salva mediante tratado. A Eumenes de cuya amistad tan ostentosamente se vanagloriaban, comenzaron por entregarlo a Antíoco, como precio de una paz. Al poco tiempo, Atalo, guardián de un reino que en realidad no le pertenecía, a fuerza de exacciones y ultrajes, quedó reducido por ellos a condición del más miserable los esclavos, de rey que era; y después de haber fingido un testamento impío, se apoderaron de su hijo Aristónico, que había reclamado el trono paterno, y le arrastraron atado al carro del triunfo igual que hubieran hecho con un enemigo.
Ellos sitiaron Asia, y por fin, después de morir Nicomedes, invadieron toda Babilonia a pesar de que no pudo ponerse duda la existencia de un hijo de Nusa, a la cual habían dado el título de reina. Sin ir más lejos, ¿tengo yo necesidad de citarme?. Separado por todas partes de su imperio por reyes y tetrarcas, no obstante, el rumor de mis riquezas y de mi resolución de no servir jamás, me excitaron o la guerra por medio de Nicomedes que conocía sus deseos criminales y había ya declarado lo que después confirmaron los acontecimientos: que tan sólo eran libres en el mundo los Cretenses y el rey Ptolomeo. Yo vengué mis agravios, arrojé a Nicomedes de Bitinia, recobré Asia, despojo del


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rey Antíoco y libré a Grecia de una onerosa servidumbre. Lo que yo había comenzado tan bien lo desbarató, entregando mi ejército, Arquelao, el más vil de los esclavos; y aquellos que, bien por flojedad, bien por una política perversa, renunciaron a secundarme poniendo en mis manos el cuidado de defenderles, ahora lo están pagando cruelmente: Ptolomeo ha logrado tan sólo alejar la guerra, y eso a fuerza de dinero; y los Cretenses, vencidos ya una vez, no verán el fin de la lucha sino con su ruina.
En cuanto a mí, he reemprendido la guerra porque comprendía que el reposo que yo debía a las disensiones internas de Roma era más bien una tregua que una paz verdadera, pese a esta negativa de Tigranes, que reconocía, aunque tarde, la oportunidad de mis predicciones, a pesar del alejamiento en que yo me encuentro de ti, y pese a la sumisión de todos mis vecinos. En tierra derroté, cerca de Calcedonia, al general romano Marco Cota y por mar le destruí su más hermosa flota. Delante de Cirico (15), que sitié con un ejército numeroso, me faltaron los víveres y nadie de los países vecinos acudió en mi socorro; al mismo tempo el invierno me cerraba el mar. Esto me forzó, sin que otra parte lograra ninguna gloria el enemigo, a regresar al reino de mi padre y perdí en naufragios cerca de Paros y de Heraclea lo más granado de mis hombres juntamente con la flota. Habiendo puesto rápidamente en pie un ejército en Cabira (16), después de diversos combates entre Lúculo y yo, el hambre vino a asediarnos a ambos; pero él encontró recursos en el reino de Ariobarzanes (17), en donde no había penetrado la guerra. Por el contrario, todo era destrucción en torno mío; en vista de ello me retiré a Armenia. Los romanos me siguieron allí, o, mejor dicho, continuaron en su costumbre de destruir todos los reinos; y porque impidieron evolucionar a una multitud encajonada por ellos en estrechos desfiladeros, se vanagloriaron de la imprudencia de Tigranes como de una victoria.
Ahora te invito a que consideres si, cuando nosotros estemos agotados, tendrás tú más fuerza para resistir o si en tu opinión acabará la guerra. Tú posees, bien lo



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sé, grandes recursos en hombres, en armas, en dinero, y por eso mismo es por lo que deseamos, yo tu alianza y los romanos tu despojo. De todos modos no tienes más que dos partidos que tomar. El reino de Tigranes está aún intacto; mis soldados han enseñado a combatir a los soldados romanos; lejos de ti, sin muchas esperanzas de tu parte, con nuestros cuerpos y nuestros brazos, yo sabría poner término a la guerra; pero piensa que nosotros no podemos ni vencer ni ser vencidos sin daño para ti.
¿Ignoras acaso que los romanos traen aquí sus armas porque el Océano les ha detenido por el lado de Occidente?, ¿que desde su origen adquirieron sólo por el robo casas, mujeres, territorios, imperio?, ¿que en tiempos vil amasijo de vagabundos, sin patria, sin familia se agruparon solamente para ser el azote del universo?. ¿que no hay, en fin, ley humana o divina que les impida someter, sacrificar amigos y aliados, lejanos o próximos, débiles o poderosos, y tratar a todo e que no les obedece, y principalmente a los reyes, como a enemigos? En efecto, si algunos pueblos en pequeño número apetecen la libertad, la mayor parte de ellos quieren tener dueños legítimos; este es el motivo por el que los romanos ven en nosotros rivales sospechosos y a la larga vengadores. Tú que tienes bajo tus órdenes la Seleucia (18), la primera ciudad del mundo, así como el noble y rico imperio de los Persas, ¿que puedes esperar de ellos sino perfidia hoy y guerra abierta mañana? A los Romanos, siempre armados contra todos, les temen principalmente aquellos cuya derrota les promete el más rico botín. Por audacia, por perfidia, sembrando guerra tras guerra, es como se han hecho tan poderosos. Con esta costumbre anularán a todos o sucumbirán.
Pero no será difícil reducirles si tú por Mesopotamia y yo por Armenia, coparnos su ejército que carece de víveres y socorros y que hasta ahora no debe su salvación más que a la fortuna o a nuestros fallos. En cuanto a ti, acudiendo en ayuda de reyes poderosos, recogerás la gloria de haber hecho justicia de estos explotadores de naciones. Te aconsejo, pues, y te exhorto a que no vaciles; a menos que prefieras retardar tu ruina con la mía a vencer siendo mi aliado.




NOTAS A LOS FRAGMENTOS DE LA «GRAN HISTORIA DE ROMA»
14. Carta correspondiente al libro IV de la «Gran Historia»
15. Cirico, ciudad muy importante de Asia, cerca de Propontide; hay alusiones a este asedio en Cicerón. Pro lege Manilia. VIII y Pro Archia IX.
16. Cabira, ciudad del Ponto, llamada después por Pompeyo Diopolis.
17. Era la Capadocia.
18. Seleucia, fundada por Seleucio Nicanor, señor de Oriente después de Alejandro; estaba cerca de la antigua Babilonia, a la cual absorbió. Los reyes de los Partos hicieron a Seleucia capital de su reino.
19. Perteneciente al libro III de la «Gran Historia». En el año 679 el pueblo se amotinó a causa de una gran penuria. Con este motivo, según parecer de Salustio, Cayo Cota pronunció este discurso.
20. Cuando un ciudadano volvía a Roma después del exilio, tornaba en cierta manera a la vida; en efecto, el destierro suponía la privación de los derechos de ciudadanía, lo que podría llamarse la muerte civil.

(*) GUERRA DE YUGURTA
SEGUIDA DE
LA COJURACION DE CATILINA
FRAGMENTOS DE LA «GRAN HISTORIA DE ROMA»
Y
DOS CARTAS A CESAR SOBRE EL ARREGLO DE LA REPUBLICA

Traducción del latin, prólogo y notas por JOSE TORRENS BEJAR
Catedrático del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Logroño
OBRAS MAESTRAS
EDITORIAL IBERIA. BARCELONA
1959

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